Gustave Flaubert

O la crítica de la tontería

El filósofo colombiano escarba en los temas más recurrentes del autor francés: la fealdad, la mediocridad y el terror a  una vida sin propósito. Fobias que compartió con sus personajes más notables.

POR Estanislao Zuleta

Enero 27 2021
Gustave Flaubert. O la crítica de la tontería

Ilustración de Juan Gaviria

 

Conferencia dictada en enero de 1978. Transcrita y editada por José Zuleta, Alberto Valencia  y Mario Arrubla.

Flaubert es un clásico de la novela francesa del siglo XIX. ¿Quién era este personaje? ¿Cómo fue su vida y cuál era su pensamiento? Sobre Flaubert, Sartre escribió El idiota de la familia, libro de tres mil páginas, mucho más que todo lo que Flaubert escribió en su vida.

Lo de Sartre es tal vez lo más inteligente que se haya escrito sobre el tema. Desde el punto de vista de la época, Flaubert es un contemporáneo exacto de Dostoievski, ya que nacieron ambos en 1821 y murieron con un año de diferencia, Flaubert en 1880 y Dostoievski en 1881. Tomo a este último como referencia porque se trata de individuos completamente diferentes.

Hay dos problemas que son inmensos para Flaubert: la fealdad y la tontería. Flaubert era muy feo. Eso pensaba de sí mismo. Durante su infancia y su adolescencia fue considerado, tanto por su padre como por su hermano mayor, Achille, como un retrasado mental. Por eso el título del libro de Sartre contiene ese término: el idiota. Flaubert tuvo cierto retraso en el desarrollo del lenguaje, pero después escribió la mejor prosa de Francia. En su vida hay otros asuntos que serían determinantes de su carácter y de su trabajo como artista: su madre no lo quería. No lo esperaba, no lo deseó. En términos de significación, no es un asunto cualquiera ser feo, ser considerado tonto y no ser amado por la madre. La respuesta de Flaubert fue la fobia que sintió toda la vida a la tontería y a la fealdad.

No podía ver a una persona fea sin que se le erizaran los pelos, y no podía encontrar un individuo tonto sin que le ocurriera lo mismo. Esa doble fobia fue una pasión de su vida. Como los tontos abundan en el mundo, su fobia a ellos lo condujo a un aislamiento terrible. ?Iba muy pocas veces a París. Era de Ruan, donde tenía una finca. Cuando viajaba a la capital trataba de no dejarse ver de nadie, y cuando se dejaba ver lo hacía en el salón de “la Presidenta”, una mujer bella en cuya casa se reunían intelectuales como Baudelaire o los hermanos Goncourt, de los que no se podía decir que fueran tontos.

La hipersensibilidad a la tontería lo llevó a escribir una obra titulada Diccionario de las ideas recibidas o catálogo de las opiniones elegantes, donde recoge todas las sandeces y lugares comunes que circulan entre la gente, con los cuales elaboró un catálogo de tonterías organizadas en orden alfabético.

Es un diccionario magnífico. Por ejemplo, la palabra “aire” es definida como “una corriente de la que debe decirse que es causa de muchas enfermedades”. Otra es “erección”, “palabra que solo debe usarse cuando se trata de un monumento”. También está consignado lo que debe decirse sobre el bachillerato, la universidad, las amas de casa, o sea las opiniones sobre esos temas que permiten quedar bien en sociedad porque son las que comparte todo el mundo, lo que precisamente las convierte en tonterías. Para poder construir un diccionario de esta índole se necesita tener una verdadera hipersensibilidad a la tontería, porque nosotros oímos a la gente decir toda suerte de bobadas, pero no nos damos cuenta. En cambio Flaubert sí se daba cuenta y escribió este diccionario. Ponerse en ese trabajo denota, en cierto modo, una aspiración a la belleza y a la inteligencia.

Su manera de escribir era muy lenta. Pulía un texto, una página, hasta que fuera a la vez música y concepto. Así, Flaubert escribe a su amante: “El día de ayer me fue muy bien. Estuve trabajando todo el día y logré escribir media página”.

Sabía que más que ser víctimas del sistema, de la dominación, del poder de la burguesía, nosotros somos víctimas de la tontería, que es el principal enemigo. Si no fuéramos presas de la tontería probablemente nadie nos podría deslumbrar, seducir, explotar. Pero como somos víctimas de la tontería somos al mismo tiempo deslumbrados e impresionados, seducidos y explotados.

El padre de Flaubert era un cirujano. Flaubert llegó a tener tal fobia a la medicina que los médicos de sus obras se han hecho famosos por su tontería, por su incapacidad de compartir una tragedia, por su manera de juzgar y su incapacidad de pensar. La idea de Flaubert era que a la medicina le bastaba clasificar a una persona, sin preocuparse por ver el conjunto de su vida.

Fue uno de los peores estudiantes que ha conocido el sistema escolar de Francia. Perdió todos los años, mientras que su hermano mayor, Achille, era el mejor estudiante de la facultad de medicina.

El tema principal de Flaubert es la mediocridad, y en ese sentido se contrapone a Dostoievski. En este último autor hay malvados, locos, asesinos, bufones, alcohólicos. Pero en su obra no nos encontramos con imbéciles. Los personajes dostoievskianos son casi siempre geniales y viven su condición con la mayor intensidad humana. Llevan los problemas de los que sufren hasta su máxima significación. En cambio, los personajes de Flaubert son mediocres. Y no es solo que Flaubert haya escrito el famoso diccionario de ideas recibidas y opiniones chic, sino que las frases de sus personajes son casi siempre eso: ideas recibidas y opiniones chic, lo que debe decirse para quedar bien en el trato social, aunque sean solemnes tonterías. De esa manera el pensamiento de Flaubert desnuda todo lo que está codificado, todo lo que ya ha sido dicho.

 

En Madame Bovary veremos uno de los procedimientos usados por Flaubert para denunciar la falta de inteligencia. Muchos pasajes de esta obra permiten ver eso claramente. Tomemos un pasaje ocurrido en una feria. A la feria va el ministro de agricultura, y van también madame Bovary, Charles Bovary y un personaje que está tratando de seducirla a ella. Es un seminoble. Flaubert pinta así el pasaje: el ministro de agricultura habla a los campesinos de la región, mientras el seductor le habla a madame Bovary. Flaubert mezcla los dos discursos. El ministro dice lo que dice un ministro de agricultura: “¿Qué sería de nosotros sin los campesinos que siembran el trigo y lo cosechan y nos procuran el pan? ¿Qué sería de nosotros sin los campesinos que son los que producen la leche, la carne, todo?”. Al mismo tiempo, el pretendiente –y el autor, con gran sabiduría, intercala sus frases convencionales– dice a la dama que trata de seducir: “¿Qué sería de mí sin ti?”.

El lector va comprendiendo que son dos discursos paralelos, y que en el fondo los discursos son intercambiables. Que el que está seduciendo a la dama es un político y que el político es un seductor. Cada cual trata de decir lo que puede agradar al otro. El lector comprende que un político no es más que un seductor y que un seductor no es más que un político. Así trabaja Flaubert: dejando que el lector piense. Porque es al lector a quien le toca combinar los dos discursos y ver su equivalencia.

Una de las peores cosas que puede haber es el derrumbe de una idealización. Léon es descrito con toda la crudeza de su tontería y su infatuación. Emma Bovary busca algo nuevo. En comparación con su esposo, Charles Bovary, cualquier pretendiente es original y atrayente, porque el señor Bovary, un médico de provincia, es un caso de mediocridad lastimoso. Madame Bovary conoce a un joven con peinado encopetado, bien vestido y supremamente grosero. Flaubert describe cómo ella se va enamorando de él, y al mismo tiempo muestra con detalle la tontería e insignificancia del hombre. Léon es cobarde, no quiere arriesgar nada, es un narcisista. Considera que su peinado es una maravilla. Sin embargo, la situación que ella vive la hace ver en ese personaje al hombre ideal. La ordinariez del hombre lo conduce a romper con ella y buscar un matrimonio favorable. Ella se entera por una nota que sale en el periódico. Y se le viene el mundo encima.

Madame Bovary padece además el hastío de la provincia. Una forma muy particular del hastío. Se imagina que ella está mal a causa del lugar en que vive. Cree que si estuviera en otro sitio su vida sería mejor. Las ventanas, las cortinas, todo lo que la rodea le parece miserable, y da en imaginar un mundo mejor lejos del suyo. Es una dama, digámoslo así, entregada a la vida imaginaria. Siempre está construyendo historias imaginarias o fantasías. Pero cuando trata de llevarlas a la práctica, las fantasías se tornan en realidades horribles, es decir, llenas de tontería, fealdad y ridiculez. Entonces emprende  una nueva fantasía. Siempre quiere llegar a alguna parte, pero cuando llega se derrumba su sueño, y una vez y otra vez se entrega a una nueva fantasía. Y sin embargo, esta mujer tiene una fuerza inmensa. En persecución de sus sueños es capaz de mentir, de mentirse a sí misma, de arriesgarlo todo. Y al final tiene el coraje de suicidarse.

Una carta que se atribuye a Flaubert, dirigida a Louise Colet, contiene la famosa frase: “Madame Bovary c’est moi”. “Madame Bovary soy yo... todo lo que hay en ella de mujer insatisfecha es la esencia de mi vida”. Una de las cosas que más aterraba a Flaubert era que la vida humana estuviera tan desprovista de pasión auténtica y lo que a menudo se llamaba pasión no fuera más que compensación del hastío. En ese orden de ideas escribió un cuento: “Un corazón sencillo”, que narra la vida de una mujer llamada Felicidad, una empleada del servicio doméstico. Cuenta que esta mujer tenía una pasión auténtica, por lo menos una: la fidelidad. Describe a la señora de la casa como una persona difícilmente soportable. Pero Felicidad adoraba a los niños y adoraba esa casa. Allí encontró su verdadera pasión. Nunca había tenido nada y en esa casa halló una especie de refugio, y comenzó a amarlos a todos. Arriesgó su vida ante un toro que iba a embestir a las niñas. Felicidad tiene también mucho de Flaubert. La aspiración a creer en algo y a amar apasionadamente a alguien, cosas que no pueden faltar en una vida con sentido. Este cuento fue escrito después de Madame Bovary y forma parte de un libro de tres cuentos. Otro es sobre la leyenda de san Julián, y el tercero es un cuento sobre los romanos. Las tres historias no tienen nada en común: la vida de una sirvienta, la vida de un místico y la vida de un romano de la época de la decadencia. Los tres personajes tienen sin embargo algo en común, y es que se trata de personas movidas todas por una pasión auténtica.

La obra de Flaubert puede ser considerada desde varios puntos de vista. Por ejemplo, desde el punto de vista social: es la pequeña burguesía de provincia que liquida sus sueños aristocráticos y ya no puede creer en nada, y trata de reconstruir imaginariamente aquello de lo que carece. Se puede ver también desde un punto de vista psicoanalítico: entonces es claramente la representación de una histeria. Considerado desde un punto de vista nietzscheano, Flaubert aparece como un representante del siglo xix en lucha contra el nihilismo, contra la falta de sentido de la existencia cotidiana y en busca de conferírselo a la vida. Lo más grave que nos puede pasar es carecer de una pasión por la que luchar. De ahí que los tres cuentos apunten a la misma cosa, aunque parezcan no tener nada que ver entre sí. Claro, se refieren a épocas completamente diferentes –uno es moderno, el otro transcurre en la Edad Media y el otro en la Antigua Roma– y, sin embargo, tienen algo en común: pasiones reales y gentes que creen que su vida tiene un porqué. El sentido de servir a los amos en Felicidad, de servir a Dios en san Julián, o simplemente la pasión erótica en el caso del cuento romano.

Madame Bovary fracasa una y otra vez en su lucha por conferir un propósito a la vida. Pero es tan imperiosa su búsqueda que prefiere el suicidio a una vida sin sentido, a una vida que discurre llevada solo por el calendario, los días que pasan desprovistos de significación. Ella cree en el éxito y trata siempre de alcanzarlo, pero donde lo busca encuentra el vacío. No se le podría llamar una mala esposa. Porque alguna vez puso en su marido una gran ilusión. Trató de que fuera un notable cirujano, de que operara el pie de un cojo y que esa operación resultara ser un aporte a la medicina francesa. El marido, con su torpeza, fracasó por completo en la operación y estuvo a punto de matar al cojo.   

El contraste más curioso está en el hecho de que ella se siente desesperada en su cotidianidad, impulsada a la imaginería, mientras que el marido por su parte se siente feliz con su esposa idealizada. Charles y Emma Bovary están condenados a una doble soledad: lo que cada cual ve en el otro nunca corresponde a lo que el otro ve en sí mismo. La soledad es eso. No es falta de relaciones; son relaciones en las cuales lo que uno es para sí y lo que uno es para otro son incompatibles.

Flaubert escribió una obra a la vez poética y dura. Poética por su aspiración a una vida con sentido. Dura por su prosa inclemente que denuncia la vida sin sentido.

ACERCA DEL AUTOR


Estanislao Zuleta

 Autor de los celebrados ensayos Elogio de la dificultad y Sobre la guerra. En 1980 la Universidad del Valle le otorgó el doctorado honoris causa en psicología.